Cae la noche en la ciudad, acusa la
soledad, el silencio atronador, las voces del interior, cierro los ojos un instante,
intentando detener el tiempo pero sigue el movimiento, el mundo no va frenar, no
será por mi que deje de girar, la vida debe continuar hasta en momentos de
oscuridad. Agito mis pensamientos, empezaba a oír de lejos las quejas de
antiguos miedos enfadados con su expulsión, con uno más molesto que la suma del
resto, aquel que siempre me prohibió abrir mi corazón, no, ya no tienes hueco, no
tienes voz, ni motivo o razón, no te volveré a prestar atención. Alzo la mirada
sin temor, miro el cielo estrellado, a la noche azabache, a la dama nocturna.
Hecho
la imaginación a volar, una sonrisa despierta, viste mi rostro en felicidad a
ojos de silentes calles enmudecidas ahora por mi extraña alegría sonriendo a la
soledad, mirando con ternura al vacío, mientras yo estaba en otro lugar,
rebosante de luz, sin sombras donde viejos fantasmas se pudiesen ocultar, un
lugar en el que solo tienen cabida las cosas que me hacen feliz de verdad, en el
cual, Tú, siempre me recibes en primer lugar.