De mil formas oí hablar
de amor. La gran mayoría intentando definir el concepto, la sensación de
jolgorio que provoca en el interior, esculpiendo con palabras los latidos que
va dictando a distinto ritmo el corazón, en ocasiones resaltadas con alegres melodías,
en otras exentas de palabras, pero rebosantes de luz convertida en mil matices,
en color.
Pero no todo son
palabras de felicidad, ni se usan en exclusiva colores del arcoíris, el negro, también
sirve, y la escala de grises, grandes canciones de amor en compañía de melodías
tristes. Pero el amor es así, alegre y afligido, un sentimiento al que te
entregas con facilidad y que con la misma sencillez te hace sufrir, ver el
mundo del revés, cubriendo de oscuridad donde antes brillaba luz.
Creo que ahí,
surgen los que hablan del amor como una batalla sin fin, como una lucha
interminable en la que solo pueden participar, almas incansables, que no les
importe sufrir, abrir el pecho, hacer frente a las dudas, almas que arrojen los
miedos al viento, a los profundos océanos, voluntades que da igual cuantas
veces se caigan, porque siempre ganan si las comparas con las que se levantan,
con la intención de volver a arriesgar, de participar una vez más. Es el precio
de este juego, hacerte daño si tropiezas, igual, que cuando aprendiste a andar,
y el resto, lo deberías saber, tal vez, llorar un poco, sanar las heridas, alzarte,
volverlo a intentar.
El amor no se
puede simplificar, no serán unas pocas palabras las carceleras de su extensa forma,
ni yo lo voy a intentar, siempre vi el amor, como algo de lo que hay que participar,
una forma de vivir, por eso no lo pienso definir, pero si, contar día tras día,
lo que provoca en mí, la forma que adopta cada vez que pienso en ti, pues eres
la única, que consigues hacer sentir amor en mi.