22 de enero de 2019

El Viejo Y La Mar

Cada tarde a la misma hora...
A la hora de la puesta de Sol en verano...
Fuera invierno, otoño o primavera...
Con noche cerrada bajo las estrellas
o con el ocaso dibujando el horizonte...
Él
aguarda a orillas de la esperanza
en aquel pequeño muelle
que fabricó el tiempo con sus manos,
con el latido de su vida
a los pies de un faro
en cuerpo de una fogata entre rescoldos,
entre insomnio de más y horas muertas,
entre sueños y fantasías,
con tablones de pensamientos e ideas
sobre pilares de grandes recuerdos...
Y otea la distancia
en busca de algo... Echando en falta...
A la espera...
En un puerto inventado en expansión
constante, diario,
que crece en dirección hacia el mañana,
que se hace ver en cada nueva cana,
en la longitud de las arrugas,
en la solera de la mirada...
Con la fe
en la estrechez de un para dos
como voz compañera de conversación,
con la locura
entre las voces que hablan a su espalda
junto a la vergüenza,
al lado del olvido
dos pasos y medio delante del diablillo,
que va al frente del rencor y el odio,
por detrás del ángel,
de la ilusión y la niñez del alma...
Donde el Amor
no es que no tenga lugar entre pasajeros,
en el discurso de la cámara mental,
en el oleaje de un muelle entre mareas,
sino que es el propio debate,
la mar...
El Amar...
De un viejo
que de joven hizo una pregunta al viento
y cada día a la misma hora
sigue buscando...
Echando en falta una respuesta del Sol...
Aunque duerma y aparezca la Luna..
Un por qué a las dudas...
De los quizás tras cada otra elección...
Una razón que justifique el miedo...
Los temblores y terremotos bajo la piel...
O pagar
el precio por las cobardías del pasado...
Los pecados...
Decir no sin justificación al corazón...
Y espera,
entre constante palabrería
a vuelo de pájaro
de la que no conoce aún el significado,
cada tarde a la misma hora...
A la hora de la puesta de Sol en verano...