23 de noviembre de 2018

Anónimos

Me gustaría ser el anónimo.
El personaje desconocido
al final del poema.
El nombre en suspenso
que no pronuncie la vida.
El irrelevante
entre el papel y la tinta...
Pero esos tiempos murieron
y el listo o el vago,
el codicioso...
Los malos...
Están tras cada esquina,
tras cada vuelta de hoja
a la caza y venta del noble,
del que da
sin esperar premios a cambio.
Del que siembra esperanza
para que otros
recolecten el fruto y la sombra,
la fe
en sentir
que significa ser humano...
Y por eso firmo mis palabras,
para darles libertad
y que vuelen con o sin viento,
sin que llegue nadie
y las convierta en su esclavo,
a sus órdenes
para llenar unos bolsillos
que por más que justifiquen
el estómago vacío,
el capricho de los ojos,
el deseo, la tentación,
una vida donde vale todo...
Corroen el alma y el corazón
de quien se vende al Diablo.
Y aunque me pese
no poder ser el anónimo
y que no me crea ni el gato
firmo para que el infierno
no reciba de mi ningún regalo.