El deseo esporádico del corazón,
del alma,
de la piel
juega,
se filtra en el ser cual vibora,
rastrera,
con su veneno insaciable
que emponzoña la realidad
y ciega los ojos sabios
de la felicidad austera del ser.
Y engatusa la mirada
que con una pizca sazona la vida
en la simplicidad
de sentir navegar el viento,
de ver volar las mareas,
de sentir el frescor del fuego.
La mirada
que observa la buena compañía
y armoniza
latido con la vida,
espíritu con su chispa
y placer
con el pecado
que se fuga del tiempo y la fe escrita.