en otro mundo,
sin causa divina
ni castigo al engreído,
del riego vanidoso
del ser y el ego
que elude la verdad
en los ecos sin voz
de la cueva sin caverna
bajo el manto
de la dulce noche
y el tintineo
de la voz celestial...
Y se marchita
eterno,
imperecedero
en el eje inalcanzable
del reloj de arena
sin alcanzar la punta
del segundo, el minuto
y la hora,
inexistentes, efímeros,
del instante
que florece el alma
con la luz del Amor
qué elude el cristal opaco
de la verdad
del que está de más
en la procesión interior
que se viste de espíritu
y no de Christian Dior...